Tomás Lujambio
No cabe duda que una de las desigualdades que más distingue a la vida de las mujeres de la vida de los hombres es su derecho al libre tránsito. Durante el 2018 en México, por ejemplo, la ONU Mujeres estimó que 35.2% de las mujeres han sido manoseadas sin su consentimiento durante traslados en transporte público o a pie. Al parecer, lo que nos dice esta estadística es que aunque las mujeres tengan garantizado el derecho de transitar libremente, lo que no tienen garantizado es la seguridad de hacerlo. ¿No resulta paradójico? Para las mexicanas, el precio a pagar para conseguir libertad es - precisamente - aceptar el riesgo que existe de perderla.
A pesar de esto, hay que reconocer que la violencia de género se expresa más allá del transporte urbano y la libertad de tránsito. Otra arista del problema es, precisamente, la planificación de las ciudades. Desafortunadamente, el urbanismo mexicano en general todavía no logra integrar una perspectiva que ponga la vida y la seguridad de las mujeres en el centro del diseño citadino. Constantemente nos encontramos con espacios públicos mal diseñados que no solo fallan en dar una sensación de seguridad a sus ciudadanas, sino que - además - tienden a facilitar la posibilidad de que sufran violencia y acoso callejero. Calles mal iluminadas, puentes olvidados y callejones sin presencia vecinal son solo algunos ejemplos de una planificación urbana que no vela por la libertad y la salud de sus ciudadanas.
Ahora bien, para integrar una perspectiva de género a la planificación urbana primero es necesario resignificar nuestra forma de entender y relacionarnos con la ciudad. Es decir, con esta perspectiva se pretende dejar de pensar las ciudades como lugares de producción y consumo para empezar a pensarlas como lugares dedicados a la vida, la seguridad y el bienestar general de les ciudadanes. Pero no nos engañemos: a pesar de que México ha añadido una guía con perspectiva de género al Programa de Mejoramiento Urbano postulado en el 2019, lo cierto es que sus iniciativas han sido aplicadas lenta e ineficazmente. No solo se ha actuado demasiado tarde en este respecto, sino que - en comparación con otros países - las medidas implementadas por México para combatir la violencia de género urbana no dan la talla que se necesita para aplacar semejante problema. Al final del día, se siguen construyendo ciudades pensadas y diseñadas en torno a la figura del hombre blanco cisgénero. Sin embargo, reconocer nuestras flaquezas permite alzar la mirada al exterior en busca de posibles soluciones.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Barcelona. La ciudad catalana es alabada constantemente por la perspectiva de género que ha implementado al urbanismo precisamente porque se han dispuesto a tratarla desde 2017. No es extraño, así pues, que tengan tantos métodos para combatir una desigualdad tan evidente entre hombres y mujeres. Una de las medidas que más éxito han tenido en este respecto, por ejemplo, propone incentivar la “vigilancia ciudadana”. Para esto, los cambios urbanísticos que mejor han funcionado para habilitar la vigilancia entre vecinos han sido la ampliación de los pasos peatonales, la edificación de espacios recreativos multiusos y la creación de “supermanzanas”. Estas medidas urbanísticas pretenden tratar la violencia urbana mediante una presencia vecinal que logre mitigar la sensación de inseguridad en diferentes espacios.
Por un lado, la ampliación de pasos peatonales no solo provoca más movilidad a pie sino que - al incentivarla - provoca mayor actividad vecinal y mejor visibilidad en el traslado. Por otro lado, las llamadas supermanzanas implican la creación de espacios recreativos en donde la ciudadanía puede vigilarse colectivamente. Normalmente, estas supermanzanas se perciben como conjuntos habitacionales (muy similares a las vecindades) que cuentan con comercios en la planta baja. Este punto es importante, pues los comercios suelen aportar una mejor iluminación, un mejor cuidado y una mayor actividad ciudadana a la vecindad.
Ahora bien, otro caso excepcional lo podemos encontrar en Viena. Aunque los austriacos también practican medidas que incentivan la vigilancia ciudadana, hay otros métodos que vale la pena destacar. Entre ellos, se distinguen los espacios de recreación que diseñan y las llamadas ciudades de 15 minutos (aplicadas también en ciudades de Francia y Suecia). Ambas medidas tienen como objetivo dejar de ver las calles como lugares de paso y empezar a diseñarlas como lugares de uso y recreación.
En pocas palabras, lo que pretenden provocar los austriacos con estos métodos de planificación urbana es acercar la esfera urbana a la esfera doméstica. Esto implicaría transformar por completo el método urbanístico que tiende a separar el espacio público (donde se produce) del espacio privado (donde se vive). Pero - en términos de perspectiva de género - un urbanismo eficaz, seguro y benéfico para todes solo sería posible mediante la simbiosis de estas dos esferas. Al final del día, se ha verificado que este cambio de planificación no solo estimula la sociabilidad entre personas de todo tipo, sino que aumenta el desarrollo económico y posibilita la vigilancia colectiva.
Por ello, las “micro-ciudades” inauguradas por Viena suelen distinguirse por su versatilidad. Es decir, para un habitante de una ciudad de 15 minutos el traslado entre hacer ejercicio, comprar el super, acudir a una farmacia, recoger a sus hijos de la escuela y regresar a casa se ve reducido a la máxima potencia con el fin de ofrecer una mejor calidad de vida. Para esto, es indispensable la creación de espacios recreativos abiertos, bien iluminados y variados que están diseñados para la accesibilidad, seguridad y bienestar de todo aquel que los utiliza. Estos espacios recreativos no solo posibilitan la existencia de las ciudades de 15 minutos, sino que estimulan la actividad económica del barrio e incentivan la vigilancia colectiva/ciudadana.
Curiosamente, lo que empezó como un método para disminuir la violencia de género en las calles terminó convirtiéndose en un modelo urbanístico sumamente eficaz y positivo para la economía. Pero - aún más sorprendentemente - las ciudades de 15 minutos disminuyeron la emisión de Co2 al estimular el traslado a pie y en bicicleta. Asimismo, este simple cambio terminó incidiendo positivamente en la violencia de género, pues las mujeres tuvieron acceso a los nodos urbanos sin necesidad de usar transportes mecánicos que - en el caso de México - suelen propiciar abusos contra ellas.
Dicho esto, cabe mencionar que algo en lo que coinciden todos estos países en torno al urbanismo con perspectiva de género es que para lograrlo resulta imprescindible acudir a la opinión de las mujeres en el diseño de las ciudades. Todos ellos reconocen que para construir ciudades más seguras para las ciudadanas que la transitan primero es necesario poner atención a sus necesidades e integrarlas al criterio urbanístico.
Ahora bien, un método que ha resultado ser sumamente eficaz para integrar la visión feminista, atender a las necesidades de las mujeres y diagnosticar fielmente las flaquezas urbanas es la elaboración de mapas críticos (conocidos como HarassMaps en inglés). Estos mapas críticos interactivos son herramientas para identificar las zonas de mayor riesgo de forma conjunta entre urbanistas profesionales y la ciudadanía. Este método de seguridad callejera no sólo ha evidenciado que la ciudad suele ser percibida de manera muy distinta entre mujeres y hombres, sino que ha permitido detallar aquellos elementos urbanos que dificultan el desplazamiento y la elaboración de tareas domésticas. Pero - aún más importante - los mapas críticos han logrado integrar la perspectiva de las mujeres en cuanto a la elaboración y construcción de espacios urbanos.
Desafortunadamente, mientras en México seguimos preguntándonos cómo aplicar una perspectiva de género en el urbanismo, en otros países ya han materializado su intención. Sin embargo, lo verdaderamente importante de esta realización - es decir, de reconocer que la urbe se ha construído en beneficio del sistema patriarcal y heteronormativo - es que pasemos del diagnóstico al cambio verdadero, a la transformación. Pues solo rediseñando nuestro entorno lograremos revalorizar la vida de una forma que no priorice la producción y el consumo por encima de la vida, la seguridad y la igualdad de género.